LA EDUCACIÓN DURANTE LA PANDEMIA: ENTRE LAS INSTRUCCIONES, LA INERCIA Y LA CONCIENCIA


 


Vivimos tiempos difíciles, quizás de los más difíciles que esta generación ha tenido que afrontar. Lo sentimos y lo actuamos cada cual desde su lugar (sobre todo en casa) y su responsabilidad personal, si, social también. Todos los aplausos a quienes están aportando soluciones, empatía, solidaridad y cumplimiento por encima de lo esperado.

 

Los profesionales de la educación nos hemos visto superados por la situación derivada de la pandemia, al igual que profesionales de todos los ámbitos y sectores sociales, incluidas las distintas administraciones y los profesionales de la política. Hemos ido improvisando actuaciones educativas con el alumnado que tenemos a nuestro cargo al compás de las improvisaciones que la administración educativa ha ido dictando. Hemos querido seguir el curso académico como si no pasara nada, con la urgencia de hacer visible a la sociedad que también nosotros estamos en primera línea, que no estamos de vacaciones, que cumplimos con nuestra obligación.

 

Sin embargo si que está pasando algo, algo inédito, grave, con consecuencias imprevisibles para toda la sociedad. Así está siendo para millones de adultos en nuestro país y en muchos otros países del mundo. Es difícil imaginar cómo están viviendo y sintiendo todo esto los niños, los adolescentes, los jóvenes. Y más difícil aún comprender sus emociones ante la pérdida de familiares o personas queridas o frente a la ausencia de ingresos familiares derivados de despidos, ERTES o cierres de negocios.

 

Las administraciones educativas dictan instrucciones para continuar con el currículum, las programaciones, las evaluaciones y promociones, aprovechando, dicho sea de paso, los recursos privados de los docentes, sus ordenadores, su wifi, sus impresoras, sus cámaras de vídeo y todos los demás recursos que utilizamos para seguir enseñando como si no pasara nada. Algunos responsables políticos siguen incidiendo, a pesar de todo, en la “cultura del esfuerzo” como criterio para promocionar de curso, cuando todos los esfuerzos de la sociedad están dedicados a recuperar eso que llaman “nueva normalidad”. ¡Qué falta de empatía por aquellos que tienen todo frente a los que lo poco que le quedaba de la anterior crisis económica se lo está llevando esta crisis del COVID-19! Los millones de familias cuya mayor preocupación no son esas tediosas tareas descontextualizadas de matemáticas o ciencias sociales que obligan los profesores a hacer a sus hijos porque las instrucciones educativas dicen que es lo que hay que hacer, sino en cómo van a afrontar el día de mañana o el fin de mes.

 

Pero, haciendo autocrítica, también tenemos una enorme responsabilidad los docentes. En primer lugar por que muchos de nosotros estamos interpretando las instrucciones dictadas por las diversas administraciones educativas en el sentido más académico e insensible de las mismas, dejándonos llevar por una alterada inercia: avanzando materia, mandando tareas sobre contenidos que no son debidamente explicados, ignorando a los alumnos que no tienen el privilegio de tener apoyo familiar en sus estudios, dispositivos digitales,  conexión a internet o a aquellos que simplemente no tienen la competencia digital necesaria para poder aprender en la distancia (al igual que sus propios profesores carecen de la misma competencia para poder enseñar en esa misma distancia). Es decir, siguiendo con nuestras clases de la forma que podemos, cambiando lo presencial por lo virtual, pero sin mas, desgraciadamente sin nada más.

 

Sería injusto no valorar todo el trabajo realizado por el profesorado en este período crítico. Está siendo extenuante. Formándonos en el uso de aplicaciones y formas de trabajo para poder llegar a nuestros alumnos. Echando horas y horas para cumplir con nuestra obligación, obligación que deviene de las instrucciones que recibimos por parte de nuestra respectiva administración educativa que, como hemos visto en algunos casos, se ha desvinculado del acuerdo a nivel nacional para tener unos mismos criterios, que no significa que sean mejores o peores, pero al menos uniformes para todo el alumnado de nuestro país.

 

Al final la responsabilidad última es nuestra, de los docentes. Nosotros somos los que tenemos el contacto con muchos de nuestros alumnos y sus familias, aunque desgraciadamente no de todos. Somos los que aprobamos o suspendemos, los que decidimos si un alumno pasa de curso o repite. He podido comprobar como una parte de mis compañeros apelan también a la cultura del esfuerzo (cómo voy a aprobar al disruptivo, al absentista, al vago, al inepto). Otros compañeros, sin embargo, comprenden que esta situación excepcional requiere medidas excepcionales y que tales medidas están en sus manos, en su propia conciencia. El curso está en parte perdido y no se quiere hacer más daño. Hay que mirar al futuro y todo lo no aprendido en este curso se podrá aprender en los siguientes, adaptando lo que sea necesario adaptar con el tiempo suficiente, con el sentido necesario.

 

 

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